Ser chavista es -antes que nada- rendir culto a Chávez, considerarlo un ser superior a cualquier otro venezolano, y tocado por la gracia divina para perpetuarse en el poder y ejercerlo a su antojo. El chavista, más que un seguidor, es un creyente; una persona que ha renunciado al uso de la razón para abrazar la fe por su líder.
A estas alturas del baile, no se puede ser chavista y pretender desligarse de la discriminación política que representa la lista Tascón. Esa lista es la esencia misma del chavismo, la manera como se hacen las cosas bajo este régimen, la consagración de un delito. La lista Tascón y el "rojo, rojito" son exactamente lo mismo: una violación de un derecho humano aplaudido e impulsado desde Miraflores. Ser chavista es apoyar ese atropello.
Ser chavista es aceptar que los recursos del país están a la disposición caprichosa del presidente, quien puede donarlos a su real gana a cualquiera que se le antoje, bien sean alcaldes bolivianos o nicaragüenses, o peor aun, al alcalde de una ciudad tan pudiente como Londres, emblema del imperialismo. Ser chavista es aceptar la corrupción, aceptar que no habrá consecuencias para los amigos del gobierno que transportan maletas llenas de dólares, para los que desfalcan centrales azucareros, o para los que inventan ciudades judiciales. Ser chavista es aceptar que el Fiscal General, el Defensor del Pueblo y el Contralor de la Nación son figuras de palo, que servirán en último caso para descargar en ellos la responsabilidad por lo que pasa en Venezuela, sin salpicar al "meesmisimo".
Ser chavista es aceptar que la política es un asunto gangsteril abierto a hechos como el ocurrido en el barrio El Nazareno de Petare, donde seguidores del oficialismo quemaron la sede de la Asociación de Vecinos por no someterse sus miembros al Consejo Comunal "rojo, rojito" recién nombrado (El Universal 12/8/2007). Ser chavista es aceptar la subordinación de Venezuela a Cuba y la injerencia venezolana en asuntos internos de otros países.
En este momento, cuando hay tanto de este ritmo ya bailado, ser chavista es aceptar que cualquier insensatez que se le ocurra al Presidente debe ser acatada inmediatamente sin importar sus consecuencias. Es creer que con cambiar el nombre a los ministerios, la posición del caballo en el escudo, el nombre a Caracas, o el huso horario de referencia, se resuelven los problemas y las terribles inequidades que nos aquejan.
Es ser parte de quienes les arrebatan a nuestros hijos sus derechos políticos, condenándolos a la subordinación a Hugo y a sus caprichos. Porque así como Fidel designó a su sucesor, Hugo designará al suyo.
Ser chavista es negarse a abrir los ojos a lo que está pasando.